Wednesday, April 15, 2009

¿Cómo la pudo haber escrito?


Sí, así es. Si de verdad La Alejiada es una obra de Ana Comnena, ¿cuál pudo ser la articulación real de este documento? ¿Lo escribió ella con su propia mano? ¿De qué modo? ¿Con qué instrumentos?

Pero, ¿acaso no pudo ser de otra manera?


Que ella nada más dictara la historia que cuenta a un amanuense. Los conventos ortodoxos griegos de esa época no excluyen tal posibilidad, mucho menos donde ella estaba, un convento fundado y patrocinado por su madre, Irene Ducas. ¿No pudo ser como deja ver la imagen que incluimos como ilustración en esta entrada de blog?

Incluso, de acuerdo con el orden posible de Bizancio, todo pudo ser más complejo y rebuscado todavía, más solemne, burocrático y artificioso; más, ¿por qué no?, "bizantino".


Bien pudo ser escrita por un grupo de monjas o de monjes o de unos y otros trabajando juntos. Todo a nombre de ella, Ana Comnena, para ella. Como los retablos novohispanos eran considerados obra de quien los patrocinaba y no de quien los fabricaba con sus manos.

Los usos y costumbres de la retórica pueden ser muy diversos. Más aún cuando está en juego la historia de un imperio entero.


Sí. ¿Cómo era, cómo pudo ser el "escritorio" de Ana Comnena?

¿Le podía ella dirigir la palabra a un varón del modo que deja sospechar el cuadro de arriba? ¿No podía estar ahí la otra mujer precisamente como mediadora entre ambos personajes?

¿No pudo haber más personas presentes e intermediando entre la que cuenta la historia y quien la pone realmente por escrito?


Nada se puede responder en forma clara y definitiva. Nos falta información para ello. Así sucede siempre. Aunque, entonces, siempre puede reunirse más o menos información, siempre se puede trabajar más o menos la interpretación. Así ocurre con esta obra de Ana Comnena desde hace cinco siglos cuando menos.

Se repite y es diferente. Es el mismo documento y cambian las lecturas, se ven otras cosas y se olvidan otras. Automatismo de repetición y voluntad de potencia.

Sobre la línea del nihilismo, cuando es patente el olvido del Ser.


Cuando el sujeto individual simple, enmascarado con el pronombre personal Yo, manifiesta ser únicamente una construcción de impulsos, sin centro, sin auténtica unidad, quizá sólo miedo a la muerte. Quizá nada más eso hay detrás de la firma de un autor, en tanto que firma y autor son dos conceptos harto subjetivos, sobrecargados de deixis.

Ana Comnena, un fantasma invisible que teletransmite una historia, la diégesis de un documento extraño, producto de un orden simbólico ya muerto, truncado, irrecuperable. En el que, sin embargo, pensamos, seguimos pensando, porque nos llega de muchas formas su huella como cultura, su sombra de fantasma histórico como lenguaje escrito. Un relato anclado en el testimonio indirecto de quien cuenta la historia, alguien que se autodeclara objetivo y distante, desinteresado y frío al narrar los hechos que traman su cuento. Cuando la veracidad misma de ese relato depende directamente de esa subjetividad que niega, y que nos interesa reconstruir, seguir reconstruyendo... Como se reconstruye un sitio arqueológico.


Una repetición que repite y no repite, Ana Comnena. Nuestra interpretación psicosemiótica de su texto. Comunicarnos así con ella, un fantasma. Con Bizancio. Rara repetición donde raro es pensarlo y decirlo. El sistema psicosemiótico, el código de códigos de la recursividad que libera el sentido, impulsándolo hacia el futuro y el pasado de modo excepcional, libre.

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